El intolerante es autoritario, quiere imponer su criterio rechazando peculiaridades de otros que le molestan. El intolerante eleva sus ideales, su identidad de forma desmesurada a causa de tener un ego hinchado que le hace creer que es importante, y en consecuencia todo lo que se auto eleva a si mismo disminuye el valor del contrario en igual proporción.
El intolerante no puede vivir en paz porque siempre está pendiente de lo que dicen o hacen quienes son opuestos para censurar, prohibir o apoyarse en leyes que limiten, condicionen o hagan desaparecer lo que no gusta.
El intolerante es un amargado que amarga a los demás con sus constantes pretensiones de dominio y de imposición. Solo ha de prevalecer su posición, sus maneras, y lo que salga de este guión es atacado y perseguido.
El intolerante con su microcosmos y su delirio de grandeza, tiene una mente cerrada que no acepta diferencias ni discrepancias. Va en contra de la propia evolución que es expandir conocimientos y conciencia, y el inmovilismo lo petrifica impidiendo avanzar, donde el estancamiento acumula impurezas que tarde o temprano comportarán negatividad.
El intolerante se cree poseedor de la verdad, cuando su estrechez y comportamiento señalan justamente lo contrario.
Quien está pendiente contínuamente de otros que no puede soportar, se equivoca en la finalidad y en el comportamiento. No estamos aquí para generar discordia y enfrentamientos, sino justo al revés, encontrar la via idónea para que prevalga la concordia y la cooperación.
Los que utilizan malas maneras han de aprender de los considerados adversarios dialogantes, pacíficos y abiertos a soluciones racionales, coherentes y justas.
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