El mediocre muestra mermas, ineptitudes, en vez de ser eficiente es chapucero, en lugar de reportar beneficios reporta pérdidas. Ha de repetir trabajos, hace perder el tiempo a otros, no sabe estar a la altura de lo que hace por no tener la capacidad resolutiva indispensable.
El mundo está lleno de mediocres, con una baja formación, con un dominio insuficiente de las acciones cometidas, no saben armonizar con eficacia sujeto y objeto. Las formas mediocres disminuyen el ritmo, y aquello que se puede resolver con rapidez se hace lentamente con su participación. Poca visión, poca preparación, conciencia reduccionista, las acciones del mediocre reducen la calidad en todo aquello donde tienen influencia.
Cuando has de tratar con alguien mediocre siempre sales trasquilado, pues en vez de subir el nivel lo bajan. Estancados, con un estrecho margen de maniobra, de miras cortas, se ha de hacer lo posible para evitar el contacto, ya que sus limitaciones le privan de ampliar posibilidades, y quien no es cómo el se empobrece con su influencia.
La mediocridad es no estar en sintonia, un déficit de armonía, aquello que es incompleto y requiere madurar y mejorar. Ausencia de virtud, calidad en entredicho, formas no pulidas, poco valor. Lo que no gusta debido a lo que se expresa, a lo que comporta, a su ineficacia, las malas vibraciones dejadas en el ambiente por la expresión de defectos.
La excelencia es sencillamente todo lo opuesto a mediocridad. La persona que excela en la vida, por la profesión, por aptitudes, por las buenas maneras, manifiesta calidad en las acciones, dando un valor extra a las creaciones.
La excelencia es sinónimo tanto de pureza como de sabiduría. Pureza porque no se infliltran elementos ajenos a la esencia, y sabiduría por el dominio en los movimientos y la habilidad de evocar belleza.
El mediocre es una obra que requiere retoques, el excelente es la culminación de una obra excelsa. Mediocridad es inmadurez, poco dominio. Excelencia es madurez, lo que es completo.